PEN Català
Llevamos meses asistiendo a una sucesión de récords de temperatura en todo el mundo y a un rápido aumento de fenómenos climáticos extremos. Los datos científicos nos confirman que no son incidentes aislados: los últimos ocho años han sido los más cálidos en el conjunto de la Tierra desde que hay registros, y la temperatura actual ya se sitúa 1,2 grados por encima de los niveles preindustriales. Ahora mismo, parece prácticamente imposible no sobrepasar el límite de los 1,5 grados que los Acuerdos de París establecen como deseable, y por encima del cual se abren escenarios de gran incertidumbre.
El calentamiento global es solo una de las de las caras de la emergencia ambiental a la que nos enfrentamos. La pérdida masiva de la biodiversidad, en un declive imparable y con perspectivas de extinciones masivas, es la otra cara principal de la crisis, íntimamente ligada a la climática. La pérdida de recursos, la desertificación, la erosión de los suelos o la contaminación de las aguas continentales son otros aspectos de la situación a escala planetaria.
Es sabido que las implicaciones de la amenaza climática en el bienestar humano son inmensas. Las perspectivas de migraciones climáticas son aterradoras. Los efectos de todo ello sobre las condiciones de vida están íntimamente ligados a la cuestión de la justicia global: los impactos más graves recaen sobre las poblaciones más vulnerables, que normalmente forman parte de las sociedades que menos han contribuido a la emisión de gases de efecto invernadero o a la sobreexplotación de los recursos del planeta. Las sociedades del Norte global han contraído con las poblaciones del Sur global una inmensa deuda ecológica. Esta gran desigualdad en la generación de gases de efecto invernadero atraviesa también nuestras sociedades industriales, donde una minoría hiper-rica es responsable de niveles de emisiones mucho más elevados que las clases populares. No habrá salida justa a problemas ambientales sin garantía de condiciones de vida digna para todos los habitantes del planeta. En un mundo cada vez más desigual, la cuestión climática es inseparable de la de los derechos humanos. Y, en un tiempo en el que la inseguridad puede espolear tentaciones totalitarias, es inseparable de la democracia. Sin condiciones materiales de vida digna garantizadas, la defensa de la libertad de expresión y de la libertad artística se ven fuertemente comprometidas.
Entre la gente de letras (escritores, traductores, editores) existe una larga y honorable tradición de defensa de las causas de la justicia, de la libertad y del entendimiento entre los pueblos. Éste es el espíritu con el que, hace ya más de cien años, nacieron tanto el PEN Internacional como el PEN Català. También es el espíritu de iniciativas históricas como los Congresos Internacionales de Escritores para la defensa de la cultura celebrados como respuesta a las amenazas nazi y fascista. En tiempos más recientes, ha habido entre la gente de letras un apoyo muy importante a causas como la del feminismo, la del antiracismo, la de la diversidad sexual o la de los derechos lingüísticos. En la tercera década del siglo XXI, cuando la Humanidad se enfrenta a una grave amenaza existencial, esta tradición nos marca el imperativo de un compromiso con el planeta y su habitabilidad para todos los humanos.
Con este llamamiento nos sumamos a la voz de los movimientos ciudadanos y de un número cada vez mayor de científicos que exigen a los gobiernos una actuación urgente y decidida por contener el aumento de la temperatura global, proteger la biodiversidad y revertir el actual proceso de deterioro ambiental. El cambio necesario debe ir más allá de la cosmética y debe superar el actual capitalismo que persigue un crecimiento continuado en un planeta de recursos finitos. Debe ser al mismo tiempo un cambio político, económico y cultural: tanto los gobiernos como la población debe asumir la necesidad de una vida con menor consumo de recursos.
Son muchas las tareas que, a partir de este compromiso, pueden realizarse desde el ámbito de la vida literaria. La literatura ha encontrado desde sus orígenes un motivo de inspiración en la naturaleza: los literatos de hoy no pueden dejar de reflexionar qué incidencia tiene en la literatura un mundo natural malherido. Como tampoco pueden dejar de plantearse cuál puede ser su contribución a los cambios imprescindibles.
Los firmantes de este texto nos dirigimos a la sociedad para expresar nuestro convencimiento de que sólo un profundo cambio de nuestro modelo económico, cultural y social podrá evitar los efectos más devastadores de la crisis ambiental y climática. Estamos convencidos también de que la reconciliación con los límites físicos del planeta deberá ir ligada a la igualdad de género, racial y de clase, a la redistribución más justa de la renta, a la garantía de vida digna para todas las personas que compartimos la casa común y a la profundización en los mecanismos democráticos de toma de decisiones.
También creemos que desde nuestro ámbito y los ámbitos cercanos (el de la cultura en general, el del periodismo, el de la comunicación), a escala global y desde cada territorio, son necesarias actuaciones diversas y urgentes ligadas a este planteamiento general.
Es necesario revisar y reducir el impacto ambiental de nuestra propia actividad, que, como toda acción humana, tiene una huella sobre los recursos y sobre los equilibrios ambientales.
Es necesario reflexionar (crear foros para compartir opiniones e información) sobre cómo refleja la literatura del siglo XXI la grave amenaza existencial de la crisis climática.
Hay que plantearse sobre cómo informar en tiempos de emergencia climática, dando a la cuestión la relevancia necesaria y transmitiendo la información de forma veraz, sin engaños y sin dependencia de intereses de las corporaciones contaminantes, y con un énfasis en las alternativas a construir.
Hay que seguir incidiendo en la denuncia de las violaciones de derechos humanos sufridas por los activistas del ecologismo, a menudo víctimas de ataques violentos ligados a los intereses de quienes extraen combustibles fósiles, deforestan o explotan recursos naturales de forma insostenible.
Es necesario reflexionar sobre los patrocinios culturales ligados a las formas más destructivas de actividad empresarial o financiera.
Y hay que hacer muchas otras cosas que tendremos que descubrir en compañía durante el camino.
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